Papá terminó su carrera de ingeniero agrónomo a los 19 años,
en la Escuela Particular de Agricultura de los hermanos Escobar (EPA), en
Ciudad Juárez, Chihuahua. Nacido en Meoqui, Chihuahua, en enero de 1914, hijo
de campesinos, el menor de los hermanos creció siempre bajo la mirada
estrictísima de sus hermanas, maestras de profesión que lo traían cortito. En
la EPA, me contó, conoció a Tin Tán y a uno de sus hermanos, tal vez Don Ramón
(Germán iba uno o dos años más adelante que mi papá).
Con su título en la mano, llegó el momento de poner en
práctica lo aprendido y alguien le ofreció trabajo en el estado de Guerrero. Le
iban a pagar (digamos para efecto del relato) 20 pesos al mes y aceptó. Poco
antes de iniciar su viaje, otra persona le ofreció trabajo en Meoqui, creo,
aunque no estoy seguro. Lo importante es que el trabajo era allá mismo, en
Chihuahua y no tenía que dejar su terruño; además, le iban a pagar 30 pesos al
mes.
“Pero yo ya había dicho que sí venía para Guerrero, y no
quise quedar mal”, me contó un día, aunque me imagino que, ante la perspectiva
de conocer nuevas tierras, se decantó por la aventura y lo desconocido.
Ahora que lo pienso, no le pregunté cómo llegó a Guerrero. De
Chihuahua al Distrito Federal, seguramente hizo el viaje en tren, pero de la
capital a Chilpancingo ¿lo haría en auto, camión, avioneta o a caballo? Es
necesario recordar que el tren llegaba hasta Iguala y que la carretera
México-Acapulco apenas se había inaugurado en 1929, más o menos, así que creo
que mi duda es justificable, pero no el haber perdido la oportunidad de
preguntarle. Así sucede siempre: damos por sentadas las cosas y no las
preguntamos y después lamentamos no haber charlado un poco más.
Me imagino su llegada a Chilpancingo, en 1935 o 1936 (mis
hermanos Manuel, Armida, Lilia y tal vez Javier serían más exactos): asombrado
por los paisajes, los olores, los sabores, los caudalosos ríos y la gente ¡qué
distintas vio a las personas! El rubio y ojiazul ingeniero, alto y muy delgado,
debió quedarse sorprendido por la pequeña ciudad de Chilpancingo, en medio del
valle y con un caudaloso río Huacapa que la delimitaba al oeste; la gente en el
mercado y en la plaza, la gente del pueblo, pues, menuda y morena hablando en
lenguas extrañas o español con un acento ajeno totalmente al del norte.
De 1936 es la foto que mandó a su hermana Carmen, mi tía, tal
vez para asegurarle a ella y por su conducto a mi abuela Antonia, que estaba
bien y que no había sido devorado por los salvajes surianos.
Habiendo llegado en el inicio del sexenio del General Presidente
Lázaro Cárdenas, le correspondió poner en práctica el reparto agrario en el
estado. Lo armaron con un teodolito, una máquina de escribir y le pusieron
escolta del ejército para que lo custodiara en su peregrinar por sierras,
cañadas, ríos, valles, poblados donde los habitantes apenas hablaban español,
pero que, conmovido me contaba, le abrían su casa de par en par para compartir
con él la poca comida que tenían, mientras él, siguiendo instrucciones del
Departamento Agrario, medía terrenos y trazaba linderos para constituir ejidos,
y levantaba las actas correspondientes.
Especialmente me contó dos anécdotas: en una ocasión lo
mandaron a Ometepec a constituir un ejido, a costa, claro, de los
terratenientes de la región. Como siempre, le pusieron un escuadrón del ejército
para que lo cuidara. El viaje lo realizaron a caballo y en una de las jornadas
tuvieron una emboscada, presumiblemente organizada por los caciques del rumbo,
para impedir el reparto agrario.
¡Ejército Mexicano! ---gritó el comandante de la escolta,
cuarenta y cinco en mano, a modo de identificación, para que los pistoleros
dejaran de disparar, cosa que no sucedió sino hasta que se repelió la agresión
por parte del escuadrón.
Cuando llegaron a Ometepec, fue recibido por las autoridades
civiles y tratado con todas las deferencias debidas a su carácter de enviado
del gobierno federal, y ya no recuerdo los detalles, pero me dijo que después
se enteró de que el comandante de su escolta fue detenido y procesado porque se
descubrió que la emboscada era la táctica de diversión para encubrir el plomazo
que le iba a meter el militar al “ingenierito ese”, por encargo de los mismos
caciques que formaban parte de la comitiva que lo recibió con todos los
honores. El ardid no funcionó porque al iniciarse la balacera se tiraron todos
al piso, incluido el perpetrador y la pistola se le encasquilló, probablemente
al llenarse de tierra.
La otra anécdota ocurrió en la Costa Grande de Guerrero. Papá
acudió a un pueblo que tenía pleitos con otro, y pese a que ambos eran beneficiarios
de la expropiación, uno de los dos pueblos iba a quedar en peor situación que
el otro.
Me dijo que llegó al pueblo que no estaba muy de acuerdo con
los planes del gobierno, y que pidió hablar con las autoridades del lugar, pero
le dijeron que estaban en asamblea y que hasta que ésta terminara, el ingeniero
podría pasar para hacerse escuchar. Me arguyó que la asamblea, como la estaban
llevando a cabo no tenía valor porque no estaba presente él, y que, por ello, tomó
el asunto como una majadería de las autoridades del pueblo. Para acabarla de
amolar, dijo, se dejó caer un aguacero marca diablo y tuvo que quedarse sentado
a la intemperie, sobre una piedra, con una manga de agua (o sea un impermeable
grande), cubriendo su equipo de medición y su máquina de escribir, para que no
se mojara. Eso sí, su escolta militar se colocó a su alrededor “en abanico”,
para protegerlo ante cualquier eventualidad.
Continuó narrando que así pasó el aguacero que duró bastante
tiempo, durante el cual, las autoridades del pueblo no le ofrecieron guarecerse
ni nada, así que una vez que la lluvia cesó, allí afuera, bajo de un árbol,
sacó su máquina de escribir, y custodiado por los soldados, levantó el acta de
lo ocurrido, y formalizó el ejido, según sus instrucciones, pero que en lo que
esto hacía, la gente del pueblo lo invitó a su asamblea, pero papá, molesto e
indignado, les dijo que “no, gracias. No me invitaron a pasar cuando estaba
lloviendo, ni a mí ni a mi escolta, así que ahora ya no es necesario. Ya estoy
haciendo el acta”.