jueves, 15 de diciembre de 2016

Noticias falsas, las teorías conspiracionistas y el amor del mexicano por el click.



Los mexicanos no le creemos ni la hora al gobierno y sus representantes, y como ahora está de moda entre la gente "informada" no creerle nada a los medios tradicionales (televisión, radio, prensa), estamos nadando en las noticias que se divulgan en las redes sociales, especialmente Facebook.

Antes, hace 20 o 30 años, las conversaciones serias acerca de los hechos noticiosos comenzaban con un ¿viste anoche a Jacobo (López Dóriga, Alatorre, el nombre es lo de menos)? Todavía años más atrás, Excélsior, El Heraldo o cualquier otro eran la referencia obligada.

Hoy la fuente es facebook. Niños eviscerados en Guerrero; la muerte de Salinas de Gortari en un hospital militar; prisión a madres que amamanten a sus hijos en vía pública; expresidentes sin pensión; López Obrador borracho en Guanajuato; la cura contra el cáncer y un largo y preocupante etcétera.

Dicen algunos estudiosos de las elecciones en Estados Unidos que Trump ganó la presidencia gracias al segmento blanco, poco ilustrado, rural de su país, y para sorpresa de Mark Zuckerberg, Facebook fue el vehículo perfecto para diseminar la de por sí campaña estridente del bufón pelirrojo a través del gran negocio de las noticias falsas. Los trumpseguidores encontraron en esa red social el caldo de cultivo ad hoc para sus delirios compartidos.

Con las redes sociales le hemos dado al idiota del al lado un micrófono y bocinas para que cualquiera lo escuche, cosa que en principio no está mal, pero el problema es que hay más idiotas que lo escuchan y lo difunden más y llega el momento que la voz del primer idiota llegó a todo el mundo, que, crédulo como son las masas ante lo que quieren escuchar, lo toman como cierto.

Así sucedió con el llamado pizzagate en Estados Unidos. Alguien difundió que en una pizzería de Washington, creo, hacían fiestas de pizza para niños, pero que en realidad todo era una pantalla para una organización de trata de menores, liderada por ¡Hillary Clinton! y otros jerarcas demócratas, que funcionaba en la parte trasera del establecimiento. La noticia se esparció rápidamente y no faltó el que, armado con credulidad, buenas intenciones y pistolas y/o rifles, se acercó a la pizzería del reportaje y la balaceó. Cuando la policía lo detuvo y lo enteró de que orillado por una noticia falsa atacó a gente inocente, el daño ya estaba hecho.

Y así, hubo muchas más noticias falsas difundidas a través de facebook que ayudaron a Trump a ganar, dicen los estudiosos a los que me referí, como una que recuerdo especialmente porque traía foto y todo, que decía algo así como que el Papa Francisco le daba su respaldo al presidente favorito de Saturday Night Live.

Todo este rollo viene a colación por una (de tantas) noticias falsas que abundan en la red social: un operativo del ejército y la policía descubrió un camión lleno de niños muertos en el “país de Acapulco”, a quienes habían extraído los órganos. El link te manda a una página que se llama telodijeyo.com, que está plagada de publicidad para otras páginas igual de fraudulentas, pero con mensajes llamativos del tipo de cómo hacerse millonario por internet en quince minutos.

Estas “noticias” comparten las siguientes características:

  • ·   El sitio web que las hospeda es del tipo mencionado y otros engañosos como fuerzainformativa.com, argumentopolitico.com, lindito.com, nolosabia.com.
  • ·   Abundan fotos, las más de las veces truqueadas.
  • ·   Textos mal redactados (de esos que matan porque no tienen comas o puntos) y encabezados amarillistas.
  • ·    Tienen mucha publicidad.
  • ·     Historias escandalosas.

En México tenemos fascinación por llevarle la contra al gobierno y nos satisface enormemente sabernos conocedores de cosas que los demás no saben, y por eso estas noticias falsas tienen tanto pegue. Si a esto le añadimos la ignorancia general que abunda en el uso de las redes sociales, tenemos el coctel perfecto para que en las elecciones de 2018 se usen para denostar a los candidatos que no sean del agrado del establishment, pues es el Estado quien tiene los recursos económicos para pagar millones a los boots, como ya sucede con los portales independientes de noticias, los que por cierto no son parte de la dieta digital del poco educado usuario de las redes sociales mexicanos, que si acaso lee el encabezado, pero no analiza ni contextualiza lo que tiene frente a sus ojos. 

El clímax de estas noticias es el que protagoniza un tipo que sube un video a propósito del tema de los niños muertos en Guerrero, y exige a Peña Nieto fusilar a los responsables de esa alegada barbarie. De pronto no supe qué pensar. Siempre elucubré cómo serían las personas que suben mentiras falsas a la red y los que las creen, y ahora que lo vi y escuché hablar, me quedé perplejo. ¿A qué grupo pertenece este tipo? ¿A los estúpidos que por hacer dinero inventan estupideces o a los estúpidos que se lo creen? En ninguno de los dos casos el protagonista del video queda bien parado.

Mención especial tienen páginas de facebook que están a nombre de Carmen Aristegui y Damián Alcázar, que desde luego no están manejadas por ellos, y sueltan cada bulo que si no fuera que porque hay gente que se los cree y hasta mensajes privados le mandan, llamarían a risa. Estos portales, como el de Argumento Político no se diferencian en nada al de telodijeyo.com, y desprestigian a los aparentes dueños de las cuentas, y ponen en entredicho la efectividad de las redes sociales como vehículos de información.

¿Qué podemos hacer? Reportar esas publicaciones a facebook para que las bloquee o las borre, pero sobre todo, no compartirlas ni ponerles me gusta, me disgusta o cualquier otra, porque el algoritmo de Facebook las reproduce automáticamente, y sale junto con pegado.



miércoles, 12 de octubre de 2016

Gonzalo Vega en Acapulco



Durante muchos años Gonzalo Vega recorrió los rincones de la república con su recordada puesta en escena de “La Señora Presidenta”. En uno de esos años sucedió que cuando vino a Acapulco, fue asaltado durante un recorrido que hacía en el Fuerte de San Diego (debió ser en el año 1998, pues aprovechaba las coyunturas electorales para atraer más público a su espectáculo, pues deslizaba críticas a los candidatos del momento).
Recuerdo haber leído la nota en el periódico y haberla comentado con mi querido amigo Pablo, mejor conocido en los bajos mundos de los juzgados penales como El Abuelo, por su profusa cabellera canosa, pero la noticia no tuvo mayor trascendencia para mí, hasta que unos días después llegó a mi juzgado y a mi secretaría, el detenido con la averiguación previa que, como sucede algunas veces, la Procuraduría se apresuró a resolver cuando se trata de asuntos de impacto mediático. El detenido aceptó haber sido quien robó a Gonzalo Vega un reloj, una cámara y no recuerdo qué más.
De inmediato la Procu mandó a traer al actor para que recuperara sus posesiones y de paso, pararse el cuello por una justicia pronta y expedita, por lo menos en ese caso.
Así que un día antes me dijo el Juez (¿quién sería el Juez? No me acuerdo), me previno que atendiera al personaje y levantara el acta respectiva.
Un par de horas antes del día señalado, llegó mi amiga Saray para decirme, palabras más, palabras menos, que quería un autógrafo del actor y que no me perdonaría que no lo pidiera para ella, y que ya había advertido al personal de su juzgado que ni se les ocurriera salir al baño o a tomar agua, pretexto suficiente para escaparse al Juzgado Quinto ---donde yo trabajaba---, para ver de cerca a la estrella.
Pero no fue así en los demás juzgados. Cuando llegó el actor, sencillamente vestido y acompañado de una mujer rubia a la que presentó como su novia, mi juzgado se llenó de mujeres, sobre todo, que, a distancia prudente, vieron la diligencia que no duró mucho y no era tan trascendente, pues solamente recogería sus cosas.
Gonzalo Vega resultó ser un tipo la mar de sencillo, simpático y agradable (decía que La Güera, refiriéndose a su novia, le pegaba sus “zapes” en la cabeza y que por eso no escuchaba bien). Platicamos unos minutos de cine y actores. Recuerdo que le pregunté acerca de su experiencia al haber trabajado con Fernando Soler en El Lugar sin Límites; de su película Lo que Importa es Vivir y me halagó cuando le dije que Luis Alcoriza fue en cierto modo discípulo de Luis Buñuel. “Se ve que sabe usted de cine”, me dijo, y yo le respondí que me gustaba el cine y que además leía mucho.
En determinado momento vio sobre mi escritorio un libro poesía de Mario Benedetti que compré en La Habana, y preguntó de quién era. “Mío”, le respondí, y me felicitó por leer poesía, sobre todo siendo Benedetti el autor; fue el momento oportuno para pedirle me lo autografiara. Amable como era, tomó una pluma y escribió una dedicatoria que ahora no recuerdo con exactitud, pero era algo así como “felicidades por la poesía que nos alimenta”.
En eso llegó a la secretaría de El Abuelo el perito Miguel Catalán Sánchez, quien además de haber sido mi maestro en la Universidad, es un buen amigo, quien iba a tomar unas fotografías de un expediente para un dictamen a rendir, así que aproveché para pedirle que nos tomara algunas fotos, y todos allí, como mis queridas amigas Elvia Edith, Lulú, Yolanda y demás compañeras, se fotografiaron con él.
Finalmente, se despidió de todos de mano, tomó sus cosas y se retiró, no sin antes pedirle el autógrafo para Saray, mi futura consuegra, no vaya a ser…
Todo estuvo muy bien, excepto que a la salida, apenas un par de horas después, todos los compañeros varones de los juzgados, comenzaron a decirme, “Mario, cabrón, estabas tan enamorado de Gonzalo Vega ¡que se te olvidó tomarle sus generales en el acta!; ¡Pinche Mario, te apendejaste por estar con él!” y esa clase de puyas.
Y sí. Se me olvidó. Por ese olvido tuve mis quince minutos. Pero conservo esta foto en la que se ve a Gonzalo Vega firmando el acta. A su lado, su acompañante; de pie, Elvia Edith y de las chicas de atrás, solo recuerdo a Érika. Sobre el escritorio el libro que me autografió y que ya no supe en dónde quedó unos tres años después, y mi brazo izquierdo con manga de camisa a cuadros.

miércoles, 8 de junio de 2016

El reparto agrario



Papá terminó su carrera de ingeniero agrónomo a los 19 años, en la Escuela Particular de Agricultura de los hermanos Escobar (EPA), en Ciudad Juárez, Chihuahua. Nacido en Meoqui, Chihuahua, en enero de 1914, hijo de campesinos, el menor de los hermanos creció siempre bajo la mirada estrictísima de sus hermanas, maestras de profesión que lo traían cortito. En la EPA, me contó, conoció a Tin Tán y a uno de sus hermanos, tal vez Don Ramón (Germán iba uno o dos años más adelante que mi papá).
Con su título en la mano, llegó el momento de poner en práctica lo aprendido y alguien le ofreció trabajo en el estado de Guerrero. Le iban a pagar (digamos para efecto del relato) 20 pesos al mes y aceptó. Poco antes de iniciar su viaje, otra persona le ofreció trabajo en Meoqui, creo, aunque no estoy seguro. Lo importante es que el trabajo era allá mismo, en Chihuahua y no tenía que dejar su terruño; además, le iban a pagar 30 pesos al mes.
“Pero yo ya había dicho que sí venía para Guerrero, y no quise quedar mal”, me contó un día, aunque me imagino que, ante la perspectiva de conocer nuevas tierras, se decantó por la aventura y lo desconocido.
Ahora que lo pienso, no le pregunté cómo llegó a Guerrero. De Chihuahua al Distrito Federal, seguramente hizo el viaje en tren, pero de la capital a Chilpancingo ¿lo haría en auto, camión, avioneta o a caballo? Es necesario recordar que el tren llegaba hasta Iguala y que la carretera México-Acapulco apenas se había inaugurado en 1929, más o menos, así que creo que mi duda es justificable, pero no el haber perdido la oportunidad de preguntarle. Así sucede siempre: damos por sentadas las cosas y no las preguntamos y después lamentamos no haber charlado un poco más.
Me imagino su llegada a Chilpancingo, en 1935 o 1936 (mis hermanos Manuel, Armida, Lilia y tal vez Javier serían más exactos): asombrado por los paisajes, los olores, los sabores, los caudalosos ríos y la gente ¡qué distintas vio a las personas! El rubio y ojiazul ingeniero, alto y muy delgado, debió quedarse sorprendido por la pequeña ciudad de Chilpancingo, en medio del valle y con un caudaloso río Huacapa que la delimitaba al oeste; la gente en el mercado y en la plaza, la gente del pueblo, pues, menuda y morena hablando en lenguas extrañas o español con un acento ajeno totalmente al del norte.
De 1936 es la foto que mandó a su hermana Carmen, mi tía, tal vez para asegurarle a ella y por su conducto a mi abuela Antonia, que estaba bien y que no había sido devorado por los salvajes surianos.
Habiendo llegado en el inicio del sexenio del General Presidente Lázaro Cárdenas, le correspondió poner en práctica el reparto agrario en el estado. Lo armaron con un teodolito, una máquina de escribir y le pusieron escolta del ejército para que lo custodiara en su peregrinar por sierras, cañadas, ríos, valles, poblados donde los habitantes apenas hablaban español, pero que, conmovido me contaba, le abrían su casa de par en par para compartir con él la poca comida que tenían, mientras él, siguiendo instrucciones del Departamento Agrario, medía terrenos y trazaba linderos para constituir ejidos, y levantaba las actas correspondientes.
Especialmente me contó dos anécdotas: en una ocasión lo mandaron a Ometepec a constituir un ejido, a costa, claro, de los terratenientes de la región. Como siempre, le pusieron un escuadrón del ejército para que lo cuidara. El viaje lo realizaron a caballo y en una de las jornadas tuvieron una emboscada, presumiblemente organizada por los caciques del rumbo, para impedir el reparto agrario.
¡Ejército Mexicano! ---gritó el comandante de la escolta, cuarenta y cinco en mano, a modo de identificación, para que los pistoleros dejaran de disparar, cosa que no sucedió sino hasta que se repelió la agresión por parte del escuadrón.
Cuando llegaron a Ometepec, fue recibido por las autoridades civiles y tratado con todas las deferencias debidas a su carácter de enviado del gobierno federal, y ya no recuerdo los detalles, pero me dijo que después se enteró de que el comandante de su escolta fue detenido y procesado porque se descubrió que la emboscada era la táctica de diversión para encubrir el plomazo que le iba a meter el militar al “ingenierito ese”, por encargo de los mismos caciques que formaban parte de la comitiva que lo recibió con todos los honores. El ardid no funcionó porque al iniciarse la balacera se tiraron todos al piso, incluido el perpetrador y la pistola se le encasquilló, probablemente al llenarse de tierra.
La otra anécdota ocurrió en la Costa Grande de Guerrero. Papá acudió a un pueblo que tenía pleitos con otro, y pese a que ambos eran beneficiarios de la expropiación, uno de los dos pueblos iba a quedar en peor situación que el otro.
Me dijo que llegó al pueblo que no estaba muy de acuerdo con los planes del gobierno, y que pidió hablar con las autoridades del lugar, pero le dijeron que estaban en asamblea y que hasta que ésta terminara, el ingeniero podría pasar para hacerse escuchar. Me arguyó que la asamblea, como la estaban llevando a cabo no tenía valor porque no estaba presente él, y que, por ello, tomó el asunto como una majadería de las autoridades del pueblo. Para acabarla de amolar, dijo, se dejó caer un aguacero marca diablo y tuvo que quedarse sentado a la intemperie, sobre una piedra, con una manga de agua (o sea un impermeable grande), cubriendo su equipo de medición y su máquina de escribir, para que no se mojara. Eso sí, su escolta militar se colocó a su alrededor “en abanico”, para protegerlo ante cualquier eventualidad.
Continuó narrando que así pasó el aguacero que duró bastante tiempo, durante el cual, las autoridades del pueblo no le ofrecieron guarecerse ni nada, así que una vez que la lluvia cesó, allí afuera, bajo de un árbol, sacó su máquina de escribir, y custodiado por los soldados, levantó el acta de lo ocurrido, y formalizó el ejido, según sus instrucciones, pero que en lo que esto hacía, la gente del pueblo lo invitó a su asamblea, pero papá, molesto e indignado, les dijo que “no, gracias. No me invitaron a pasar cuando estaba lloviendo, ni a mí ni a mi escolta, así que ahora ya no es necesario. Ya estoy haciendo el acta”.