lunes, 9 de marzo de 2020

Ray, a quien siempre conocí como Leslie, en tres tiempos.

Primer tiempo.
Tendría yo 6 o 7 años cuando conocí a mi primo Leslie. Lo recuerdo bebé, en brazos de mi tía Alfa y mostrado orgulloso por su papá, Ray, de quien mis padres bromeaban que era tanto lo que mi tía lo quería, que le llamaba “rey”. 
Por mi parte, yo, niño al fin, impresionado por la rubicundez de mi primo, no cesaba de contarles a mis amigos, presumido, que “tenía un primo gringo”. Lacho, mi hermano, como buen hermano mayor apuntaba que Leslie, cuando hablara podría decir que tenía un primo indio.

Segundo tiempo.
Ya adolescente, volví a ver a Leslie, quien ahora se hacía acompañar de una preciosa niña llamada Julie. Estaría yo de 15 o 16 años, cuando mis primos Leslie y Julie llegaron de visita a Meoqui, Chihuahua. Leslie contaría ya con unos 12 años y era un preadolescente con un carácter en formación, creo yo. Nos llevamos bien, jugamos y sentí de su parte un cariño sincero, a pesar de que realmente, me conocía por primera vez. Se sintió fascinado del lugar en donde vivíamos, una localidad rural en la que, por fortuna, un amigo mío, nos permitió ir a su granja, en la que si no me equivoco, Leslie montó un caballo. Dice Julie que ambos quedaron sorprendidos al ver que yo podía armar el cubo de Rubik, en alrededor de 7 minutos, aunque Julie, que tendría unos 8 años, dice que lo lograba en un minuto.

Tercer tiempo.
En 1986 murió mi abuela Julia y yo volví a ver a Leslie. Ya era casi un hombre: bajito, cuadrado y muy atento y servicial, centrado en las necesidades de los demás. Recuerdo que en las vueltas para hacer los arreglos del funeral y el sepelio, en una de esas se acercó y me levantó para llevarme al auto. Me impresionó su fuerza y el cuidado con que lo hizo. No recuerdo en especial alguna conversación, pero sí que hablamos bastante, sobre todo en las esperas del hospital.

Extra.
Durante varios años tuve noticias fragmentadas, a veces de Julie, a veces de Alfa, a veces del resto de la familia angelina, y supe de sus problemas. Un día, tal vez por el 2009, le pedí a Julie su dirección para escribirle, a Oklahoma. Me contestó y le mandó a mi hija Cosette un par de hermosos dibujos que atesora, incluso enmarcados. Cuando regresó a Los Ángeles hablamos por teléfono un par de ocasiones y le sugerí que viniera a México. Su situación no lo permitía, pero se le notaba contento con la posibilidad. 
Me habría gustado verlo de nuevo. Cosette lo dijo con más profundidad y sentimiento: No lo pude conocer.