sábado, 29 de agosto de 2020

En memoria del profesor Navarrete

 Si yo tenía quince años en la secundaria, ahora calculo que el profe Navarrete debía tener entre treinta y cinco y cuarenta cuando lo conocí. Mi primera impresión fue de que era muy simpático y amable, pero yo en ese momento lo atribuí a que me estaba recibiendo como alumno, un alumno “especial”, dirían las mamás de hoy.

Bueno, en realidad ahora puedo imaginarme que mis padres, principalmente mi mamá debió llenarlo de recomendaciones para que no sufriera un accidente y me lesionara, pero por fortuna, tanto él como los demás docentes no hicieron distinción al interactuar conmigo, con excepción de las obvias, como brindarme ayuda para levantarme o sentarme o ir al baño, que allá le llaman “servicio”. 

En fin, aquí van tres anécdotas que involucran al añorado profe Navarrete. Aclaro que la primera me la pidió él personalmente, por teléfono, en una sorpresiva llamada que me dejó de a seis, y es, más bien, un homenaje a todos los maestros y compañeros de escuela, que no me dejaron sentirme distinto y, por el contrario, bien integrado.

1. Durante la primaria, la clase de educación física la viví desde la butaca de mi salón. A veces salía a ver a mis compañeros saltar, correr y creo que jugar voli, pero más como actividad que como deporte. En la secundaria, por el contrario, el profe Garay me trató, desde el primer día, como a cualquier alumno: Me asignó un lugar junto a la cancha de básquet y me dio unas hojas y un lápiz, y me dijo que yo iba a llevar el marcador. 

El problema es que yo no conocía el básquet así que no tenía ni idea de cuánto contaban las canastas, ni como se anotaban y mucho menos que debía anotar las faltas. Así que de pronto comenzaron a jugar y a encestar y me gritaba "¡dos puntos!" o "¡falta!", y me señalaba a un jugador, del que tampoco me sabía el nombre. Entonces empecé a anotar con arábigos "2" para equipo correspondiente, pero en eso uno de mis compañeros, no recuerdo quien, me enseñó cómo se debían anotar los puntos y las faltas.

Terminó el semestre y con ello el torneo de básquet, e inició el de voli, y con ello se reiniciaron mis dolores de cabeza porque tampoco sabía cómo se anotaban los tantos, aunque debo decir que fue una experiencia menos traumática porque ya tenía amigos y ya conocía a todos por nombre así que parte del problema ya estaba resuelto.

La parte más importante fue al final del curso: se premió a los campeones de los torneos masculino y femenino de ambos deportes, y a mí me dieron una medalla por mi participación. Eso se llama inclusión y significa que no pude estar en mejor secundaria o con mejores maestros ¿Que no?

2. Aquél año el presidente municipal de Meoqui era el señor Rodolfo Miranda, si la memoria no me traiciona. El profe Navarrete me alentó a solicitar y realizar una entrevista con el primer edil, quien de inmediato aceptó. 

El profe, como buen político, hizo un equipo en el que además del abajofirmante, colaboraban dos o tres alumnos más, mujeres, para mayores señas, pero no recuerdo sus nombres. Nos citaron en el Palacio Municipal y nos hicieron pasar a la sala de juntas donde hicimos preguntas seguramente trascendentales, pero de las que no recuerdo nada. De hecho, aunque estoy seguro que se publicó la entrevista, la verdad no sé en donde. 

3. Un día entré en la pequeña oficina que pomposamente llamábamos Dirección. Me imagino que iba a hablar con él, pero como estaba entretenido hablando por teléfono, me quedé a un lado, de pie, a unos centímetros de él, esperando.

Ví sobre el escritorio una bala deportiva, es decir, la que se lanza desde el hombro en el atletismo. La quise tomar y levantarla y no la aguanté, así que solamente rodó un poco sobre la superficie. Se me ocurrió entonces que podía rodarla hasta la orilla del escritorio y así tomarla con las dos manos y levantarla, pues ya quedó establecido que no podía con una.

El profe Navarrete continuaba hablando por el aparato y comenzó a ver cómo yo hacía rodar la bala, según yo con mucho cuidado, hasta la orilla para conseguir mi objetivo. Cuando llegó a la orilla, ¡zas!, la bola se escapó a mis dedos y se proyectó al suelo, justo en el lugar donde él tenía un pie, que alcanzó a quitar. 

Levanté la vista y mis ojos se encontraron con su mirada café claro, que proyectaba, sentí yo, una sentencia de muerte, mientras seguía hablando por teléfono.

Yo, más sabio que hábil, puse pies en polvorosa.

PILÓN.- En diciembre de 2008 fui a Meoqui. Con mis grandes amigos Óscar Arenívar y Ana Juana Gómez, fuimos a ver al queridísimo Lázaro García, que de inmediato fue a buscar al profe Navarrete, que era su vecino. Fueron varios minutos de agradable charla, recuerdos y estas fotos que conservo son testigos de esa linda velada.