martes, 7 de junio de 2016

Mi papá y los deportes


Papá era un aficionado a los deportes. En su juventud jugaba frontón. No sé si participó en algún torneo, pero recuerdo que de niño vi su raqueta entre las cosas guardadas en el closet, con su marco, por aquello de que se fuera a descuadrar, supongo. 

Dice el doctor Guzmán que conoció a mi papá cuando niño aquél, lo veía pasar con su raqueta en la mano, rumbo al frontón, allá en ciudad Altamirano. “A mí me impresionaba verlo; lo recuerdo muy bien: Alto, rubio, vestido todo de blanco y con su raqueta”, le gusta contar al doctor cada que lo veo, quien, cosas de la vida, al paso de los años se constituyó en médico del Banco Rural, y por tanto el médico de mi papá y de los hijos que aún teníamos derecho al seguro.

No sé si practicó algún otro deporte, pero le encantaba ver el box los sábados por la noche, en el canal 2. Gracias a su gusto por el pugilato ahora sé de los jabs, el recto, el gancho al hígado, del réferi Octavio Meirán, de Mantequilla Nápoles, El Púas, Carlos Zárate, Alfonso Zamora y tantos otros que seguía fielmente. 

Un día por la mañana, cuando vivíamos en Meoqui, Chihuahua, me despertó con la “terrible” noticia de la muerte en un accidente automovilístico de Salvador Sánchez, el campeón pluma, creo, un boxeador dotado sin duda, pero que chocó con su vehículo con un tráiler estacionado en la autopista México-Querétaro (conste que todo esto lo cito de memoria, así que inexactitudes aparte, lo importante es la anécdota en sí).

---¿Qué crees que pasó? ---, dijo y sin esperar respuesta continuó--- ¡Perdió Salvador Sánchez!
---¿Contra quién?
---¡Contra La Parca!

Y me explicó que según las noticias de la tele, el púgil iba manejando en la autopista; que había un tráiler estacionado y sin luces y que contra él se fue a estampar el grandioso campeón, y así al cielo llegó: campeón.

(Solamente en una ocasión no apoyó a incondicionalmente Salvador Sánchez: fue cuando derrotó a Dany El Coloradito López, a quien le puso una madrina de aquéllas. Con cargo de conciencia, mi papá me explicó: Peleó bien, pero me dio mucha pena que le pegara tanto al Coloradito, porque se parece al Güero--- refiriéndose a mi hermano Alejandro García, que aparece en la foto que acompaña este post).

Varios años después, el 24 de abril de 1993 (ahora no me confié a la memoria y consulté el calendario), se llevaba a cabo un experimento en los medios en México. CNI, lo que después se llamaría Canal 40, transmitía las noticias en texto: una pantalla con un color fijo en el fondo y aparecían los textos de las noticias del momento, como si fuera un télex. No había locutores, ni audio y no recuerdo si había imágenes, aunque me parece que con letras acomodadas artísticamente formaban alguna que otra imagen. Era un canal de cable y casi nadie lo veía porque, después de todo, ¿quién demonios iba a ver noticias leyendo texto?

Pues papá lo veía, y la mañana de ese sábado de abril llegó apresurado a verme a mi casa, con el ánimo por los suelos y francamente molesto con la vida:

---¡Se murió Julio César Chávez! --- soltó de golpe.
---¿En serio?
---¡Sí! ¡Lo acabo de ver en el canal ese de las noticias! ¡Qué mala suerte!

Al tiempo que preguntaba los detalles del deceso, encendí la tele y esperamos juntos a que las noticias cumplieran el ciclo que les habían asignado y pasara de nuevo la nota que nos interesaba. Y sí. Pasados unos segundos apareció una nota pequeñísima, por el formato del canal y por el tamaño de la letra que mi papá no pudo leer, que hablaba de la muerte de César Chávez, el sindicalista chicano.

Enseguida lo tranquilicé: no se trataba de Julio César Chávez, el campeón de boxeo, sino de César Chávez, un chicano que era muy respetado en california porque había unido a los trabajadores agrícolas inmigrantes para luchar por mejores condiciones de vida.

Si cuando llegó a darme la noticia estaba desencajado y molesto por la muerte del boxeador, ahora estaba realmente furioso con el canal de noticias que de manera irresponsable cabeceó solamente el nombre del fallecido sin precisar que se trataba de otra persona, desde luego de alguien de menor importancia para él, mi padre fanático del box.

Pasados unos minutos se tranquilizó y se fue a su casa, no sin antes argumentar:

¡Cómo se les ocurre dar la noticia así! ¡Debían haber especificado!

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